Y que no me venga nadie con que leer es de bicho raro. Y mucho mejor si tan placentero hobby se practica en lugares públicos (exhibicionismo gafapasta podríamos llamarlo). Esta misma tarde, aprovechando las temperaturas agradables que nos regala anticipadamente el mes de marzo, he decidido recorrer el nuevo parque del barrio. Aún no ha tenido lugar la ceremonia de inauguración y autobombo político, pero la gente no ha esperado para saltar la valla y disfrutar del césped recién cortado y las pistas de running a estrenar.
Y entre tanto (y tanta) runner, abuelos paseando a nietos (y viceversa), parejas paseando a perros y solitarios despistados o haciéndose los despistados (me incluyo), encontré una especie en peligro de extinción, exótica y atractiva: la lectora de espacios públicos.
Y que no me digan lo contrario. Llevar un libro encima es mil veces más evocador que un paisaje con filtro Nashville en Instagram. Una chica leyendo en el bus urbano o en los jardines públicos hace saltar las alarmas. ¿En qué mundos andará inmersa la lectora mientras la vida real pasa a su alrededor como quien ve pasar un paisaje desde el tren a toda velocidad? Me hubiese gustado sentarme al lado y preguntarle, pero me habría sentido mal por sacarla de una forma tan violenta de su universo literario. Me conformé con sentarme y observar a cierta distancia.
No hay estudio científico al respecto pero tiendo a pensar que la gente que lee en espacios tan poco proclives a ello como un bus, un metro o un parque atestados de gente tienen una vida interior enorme. Son capaces de evadirse del exterior y bucear en los relatos como quien se zambulle en el agua y deja de escuchar el ruido de la superficie.
Lo mejor fue, sin duda, la vuelta a la realidad. La chica levantó la cabeza de la página al cabo de unos minutos desconcertada. Como quien se despierta después de un sueño intenso que te mantiene tenso y termina en sobresalto. Parecía que la vuelta al mundo real no era mejor viaje que el que tenía a través de aquel libro. Y aún así tenía que regresar. Se levantó y como por obligación subió la pequeña ladera de césped donde la gente seguía haciendo running, los nietos se peleaban delante de los abuelos y, en definitiva, la vida seguía siendo la de siempre.
Espero volver a verla y preguntarle algún día por esos mundos.
Edito: esta semana el jukebox recomiendo escucharlo con un buen chorro de bourbon.